01 agosto 2006

Sucedió Una Vez

Sucedió una vez, ya no recuerdo cuándo ni dónde, que aquel hombre y esta mujer tuvieron en suerte el encontrarse.

Jugar a dejar caer frases cual sutiles, y no tan sutiles, carnadas fue divertido y el hombre gustoso de acechar y la mujer de ser acechada disfrutar así del juego, tan antiguo como el tiempo mismo y simultáneamente tan lleno de nuevas sensaciones.

Sucedió una vez que rodeados estaban de denso humo dulce, aquel humo que distrae los sentidos y atenúa los pensamientos, pero quien quiere encontrar sabe donde mirar y quien quiere ser encontrado se deja ver, y jugaron un nuevo juego, tan antiguo como el anterior, pero mas excitante que cualquiera que conocieran.

Ambos, el hombre y la mujer, dejaron ver sus heridas, marcas de otras batallas, de otros juegos que no fueron bien jugados, y ambos, el hombre y la mujer, vieron, o creyeron ver, el remedio a las heridas del otro.

La mujer, dotada de esa astucia que el hombre prefiere ignorar en si mismo, a la espera de un cambio inútil, supo racionar su remedio en el hombre, quien veía con agrado que sus heridas sanaban, pero no a la velocidad que él desearía.

El hombre, dotado de esa impetuosidad que la mujer prefiere ignorar en si misma, a la espera de una decisión inútil, sabiendo que hay heridas que están hechas para llevarse y no pueden ser borradas las tomó para sí creyendo que de esa forma se vería merecedor, ante la mujer, de ese remedio que le escatimaba como si rememoraran el asechar y el ser acechado.
Recién ahora, recordando esta historia, puedo darme cuenta del porqué de lo que a continuación pasó con aquel hombre y aquella mujer, algo que no pude ver cuando fui testigo de mi relato: ¿Sería acaso justo que alguien que goza de juventud y salud comparta su tiempo con alguien cuyo cuerpo esta surcado por las cicatrices de mil batallas?

Dr. CroW