Burócratas En Minifalda

En la gris ciudad de acero y concreto se corrió la voz de un horrible delito. Aparentemente la iniciadora del rumor fue una vetusta anciana que, escandalizada, se lo susurró a un policía de aspecto tan amargo como las aguas malsanas del río que atraviesa el olvidado bosque de rascacielos.
Las autoridades gubernamentales no demoraron en enterarse y mucho menos en actuar. Los pasillos de las oficinas se llenaron de burócratas amargados y mecánicos que iban de un lado a otro cargados de carpetas, redactando informes y organizando reuniones de última hora para analizar el problema.
Finalmente, un mes después de iniciado el rumor, se concretaron todos los trámites necesarios para que un juez con el corazón de barro y el alma de humo emitiera la orden necesaria. Un comité aprobó el edicto informando que debías respetar las normas de la "moral y las buenas costumbres", usando el mameluco gris que la ley impone sabiamente a los civiles, y que ya no podrías usar esa impúdica minifalda roja, que sería incautada por las autoridades correspondientes a la brevedad, ni bien se rellenaran los formularios adecuados a tales fines.