Ocho Hilos De Sangre

Cuatro de la mañana, salgo de la cama tratando de no hacer ruido y sin prender la luz. Un golpe descalzo a la pata de la mesa y un par de saltos después llego hasta la PC. Una idea genial me asaltó para un cuento, y no se me ocurren muchas ideas geniales, no la puedo desaprovechar.
Escucho que da vueltas en la cama, suspira, pero mis pretensiones de cachorro de escritor mantienen mi mente ocupada. Intento darle forma a la idea. No se porqué siempre se ven mejor las cosas en mi cabeza que titilando en la pantalla.
De pronto un pezón dibuja círculos en mi nuca afeitada, en la nuca, en el cráneo, en el cerebro, en el alma. Yo mantengo las manos en el teclado, tipeando, nada coherente, pero tipeando. Escribo palabras que no existen y pienso en su pezón, en los dos pezones, en sus pechos, ahí, en mi nuca. Cuando me hace estas cosas no logro discernir si es un acto de amor o de sadismo puro. Tampoco me importa, “no hay mucha diferencia entre ambos conceptos”, pienso.
Sus manos bajan de mis sienes a mis pómulos, mandíbula, cuello, clavículas. Yo no despego las manos del teclado, tipeo sin saber, tipeo y leo algo sobre pezones. ¿Qué hago desnudo sentado frente a una PC un lunes a las cuatro de la mañana? ¿Qué hace ella dibujando corazones con su pezón en mi cabeza?.
Finalmente las manos llegan a mi pecho, las uñas son navajas que me cortan, me cortan la piel, el aliento, la memoria, las ganas de escribir. Escribir nada que no sea sobre sus pezones, pezones y uñas.
Y se hunden en mi carne y dejan correr ocho hilos de sangre que bajan veloces hasta unirse en un solo río rojo entre mis piernas. Sus manos también bajan, me sujetan con fuerza y me regalan su caricia, su masajear rítmico. Sádica caricia sanguinolenta. Sangre que bebe, que lame, que chupa.
Finalmente me convenzo de que lo mío no es escribir, y lo suyo es desangrarme, por fuera y por dentro.