Jodida Pastilla

A veces... a veces atravesaría esa ventana de cabeza. Si, como lo escuhás. Tomaría envión desde el fondo del pasillo y correría para luego saltar y hacer estallar los cristales con mi cuerpo.
Y eso no es nada. Te juro que entraría a un “Todo por $2”, le entregaría un billete de dos pesos al cajero y le diría que me llevo todo, solo para verle la cara.
Disfrutaría a niveles orgásmicos el entrar en silla de ruedas a una iglesia y pararme de golpe, alzando los brazos, al grito de “¡Puedo caminar! ¡Milagro! ¡Milagro!”.
Quiero, deseo, babeo con la idea de cagar en una escalera mecánica y ver que pasa cuando “eso” llega arriba.
Fantaseo con la posibilidad de atravesarme en el trayecto de una procesión de La Virgen de lo-que-sea y, megáfono en mano, estallarles los tímpanos con un sonoro “¡Viva el Diablo!”.
Alucino con tirarme un estruendoso pedo en la cola del banco y echarle la culpa a la rubia divina de adelante mientras con una mano me tapo la nariz y con la otra me echo aire a la cara.
Irrumpiría con una puta exuberante en la sala de espera del Boston Medical Group y me echaría 4 polvos al hilo sobre la mesa de recepción, ante la mirada atónita de los pacientes.
Quiero subirme a un ascensor lleno de gente, detenerlo entre 2 pisos y masturbarme frenéticamente.
Es un impulso poderoso el que me pide entrar en una librería con un lanzallamas e incinerar la sección de autoayuda, terapias alternativas, yoga, artes adivinatorias y ovnis.
Deliro con la posibilidad de falsificar un comunicado del papa afirmando de puño y letra que Dios no existe y enviarlo a todos los canales de TV.
Me parece genial la idea de comerme una torta “selva negra”, usando solo las manos, en medio de un gimnasio lleno de gordas con calzas montadas en bicicletas fijas.
Me aparecería en una joyería vistiendo solo un pasamontañas y les diría “Esto es un asalto” mientras les apunto con el pene.
Sueño con llamar a una de esas líneas de ayuda al suicida y deprimir a mi interlocutor hasta que se mate.
Me parece frenéticamente excitante la idea de enfundarme en un traje de cuero y tachas, al mejor estilo sadomasoquista, y salir a recorrer el centro de la ciudad montado en un chancho.
Lamentablemente aquella enfermera de mierda, esa que está parada allá, se ocupa de hacerme tragar esa jodida pastilla todos los días a la misma hora... y por supuesto que no me queda suficiente energía para tomar envión, desde el final del pasillo, hasta la ventana.