Tetas, Nostalgia Y Tres Líneas Inconclusas

Escribo, escribo, escribo, esas boludeces que te parecen ingeniosas hasta que llegaste a la tercera línea. Ahí, justo en la tercera línea, te das cuenta de que es una cagada. De que estas haciendo cualquiera. De que de golpe, aunque sea un cachito, te preocupa la calidad de lo que estas haciendo. De que los que están del otro lado son cada vez menos anónimos y por lo tanto cada vez te chupa menos un huevo lo que opinen sobre lo que escribiste.
Es así, cuando te empezó a preocupar lo que estabas haciendo es porque no lo estabas haciendo tan bien como creías en un principio (justo antes de la tercera, fatídica, línea). Y ahí saltan las preguntas. ¿Qué mierda estoy haciendo acá? ¿Para qué corno escribo? ¿Era un blog lo que yo quería hacer? ¿Porqué los cigarrillos se me terminan tan rápido? ¿Bush realmente habla con Dios? ¿Porqué Word no reconoce “teta” como una palabra?
Se me llena el culo de dudas (y yo soy de culo chico). Siempre me jodió tener el culo chico, aunque no lo use para casi nada. “Es que vos tenes la carne adelante, no atrás” me dijeron una vez y yo me lo creí. Y ahí le agarré una teta, en lascivo gesto de agradecimiento, aunque Word me insista en que las tetas no existen.
A mi las tetas me gustan. Pero ojo: no la teta guasa, esa teta como cabeza de tonto. A mi me gustan las tetas talle S. Esa teta estética y timidona que no ostenta volumen al pedo, sino que tiene el tamaño para ser teta y nada más.
Vuelvo a arremeter contra el texto y vuelvo a morir en la tercera línea.
Para algunas cosas, tres líneas serían suficientes.
Para algunas cosas, pero no para decirte cuanto te estoy extrañando.