En La Buhardilla VI

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Fue necesario que me abofetearan para despertarme de mi letargo. Al volver en mí me enderecé de un salto presa del miedo. Mis compañeros me tranquilizaron y luego me mostraron los elementos que les había pedido traer, unas palas, un pico y un gran mazo de los que se usan para labores de minería.
El sol comenzaba a caer así que encendimos una fogata y comimos algo. Ante la llegada de la noche lo único que me mantenía levemente tranquilo era la proximidad del fuego, como si se tratara de una entidad todopoderosa que me salvaría de los peligros que reptaban en mi torturada mente.
Mis investigaciones sobre lo desconocido me habían llevado a lugares extraños y me habían enfrentado a diversos peligros, pero nada podía compararse con lo que ahora se alzaba sobre mí en Arkham. Lo que había escuchado sobre Hibrels y su oscuro final no me había preparado de ningún modo para lo que se ocultaba en esas inhóspitas colinas.
Luego de comer insté a mis ayudantes para que se armaran de las herramientas y me acompañaran. Sin mediar explicación alguna comenzamos la demolición de la cúbica construcción. Afortunadamente se trataba de hombres muy poco curiosos y, como dije antes, de una mente obtusa de lo contrario me hubiera visto forzado a dar explicaciones que no tenía y que no podrían aceptar.
Primero debilitamos los cimientos cavando a su alrededor y luego volteamos las paredes intentando que el mayor numero de rocas cayeran por la inmunda oquedad de la escalera. El ruido era constante debido a nuestro trabajo pero podía escuchar los tambores en las profundidades, estaba seguro de que estaban ahí, de que sonaban cada vez mas cercanos, mas acelerados.
Arrojé la pala al suelo y fui hasta mi mochila, saqué de ella una buena cantidad de dinero y se las entregué a mis ayudantes. Les dije que tomaran los caballos y corrieran hasta las ruinas de la mansión y que la incendiaran, que eso era todo lo que restaba de su trabajo. Les pagaría el doble debido a su buen comportamiento y fidelidad y les rogué que nunca hablaran con nadie sobre lo que había ocurrido ni sobre la ubicación de este lugar. Luego de proferir toda clase de juramentos de lealtad eterna, dejaron las herramientas y partieron a toda velocidad a cumplir mi pedido. Podía ver en sus ojos que me consideraban alguna clase de demente o idiota, pero no me importaba, solo era necesario que cumplieran su deber.
Solo como había quedado completé el trabajo de demolición intentando hacer todo el ruido posible a fin de no escuchar esos tambores, ahora poseedores de un retumbar apagado, sin saber si la causa eran los escombros en la escalera o los escombros en mi mente.